La Travesía de Enrique
“Un relato conmovedor que le da un rostro humano a los indocumentados, tan bello como marcado de cicatrices. Imprescindible”.—Kirkus Reviews, reseña destacada.
Basada en el libro homónimo para adultos, La Travesía de Enrique de Sonia Nazario está disponible en su versión adaptada para lectores jóvenes traducida al español por Ana Ras. Esta es la verdadera historia de Enrique, un adolescente hondureño que emprende un viaje arduo y peligroso en busca de su madre, quien se vio forzada a dejarlo de niño para marcharse a los Estados Unidos a trabajar. La historia de Enrique refleja la lucha diaria de los migrantes, legales e ilegales, y las complejas decisiones que enfrentan sólo por intentar sobrevivir y satisfacer las necesidades básicas de sus familias. Entretejidos con fluidez en este apasionante relato real para jóvenes, surgen interrogantes perfectos para debatir en el aula. Incluye un suplemento fotográfico de ocho páginas y un epílogo que describe lo que les ha ocurrido a Enrique y su familia desde que se publicó la edición para adultos.
“El estilo directo y periodístico de Nazario resulta efectivo en este relato rico y complejo. Un agregado valioso para las colecciones de literatura juvenil”.—School Library Journal
“El debate tan complejo y desgarrador como actual sobre la inmigración y los derechos de los inmigrantes adquiere un rostro humano en este relato magistralmente narrado que sin duda suscitará discusiones tanto en el aula como el hogar”.—Booklist
Libro destacado de estudios sociales para jóvenes de NCSS-CBC
El mejor libro para adolescentes del año según Kirkus Reviews
Obra seleccionada por el Junior Library Guild
An Excerpt fromLa Travesía de Enrique
EL NIÑO QUE QUEDÓ ATRÁS
El niño no comprende.
Lourdes sí comprende, como sólo una madre puede comprender, el terror que está por causar. Sabe el dolor que sentirá Enrique y luego el vacío.
No le habla. No lo puede mirar siquiera. Enrique no tiene la menor sospecha de lo que ella está por hacer.
¿Qué será de él? El niño la ama profundamente como sólo un hijo puede amar. No deja que otros lo bañen o le den de comer. Con Lourdes, es abiertamente cariñoso. “Dame pico, mami”, le pide una y otra vez, frunciendo los labios para que ella lo bese. Con Lourdes, es parlanchín. “Mire, mami”, dice en voz baja, preguntándole sobre todo lo que ve. Sin ella, la timidez lo abruma.
Ella sale despacio al portal. Enrique se aferra a sus piernas. A su lado, se ve muy pequeño. Lourdes lo quiere tanto que no acierta a decir nada. No se atreve a llevar su fotografía por temor a flaquear. Tampoco se atreve a abrazarlo. El niño tiene cinco años.
Viven en las afueras de Tegucigalpa, la capital de Honduras. Lourdes tiene veinticuatro años y se gana la vida vendiendo tortillas, ropa usada y plátanos de puerta en puerta. O encuentra un lugar donde ubicarse en la acera polvorienta cerca del Pizza Hut del centro para vender chicle, galletitas y cigarrillos que lleva en una caja. Para Enrique, la acera es su patio de juegos.
Ni hablar de un buen empleo. Lourdes apenas puede alimentar a Enrique y su hermana Belky, de siete años de edad. Nunca ha podido comprarles un juguete o un pastel de cumpleaños. Su marido se ha ido. No tiene dinero para uniformes ni para lápices. Lo más seguro es que ni Enrique ni Belky terminen la escuela primaria. El futuro de sus hijos es sombrío.
Lourdes sabe de un solo lugar que ofrece esperanza. Cuando tenía siete años y llevaba las tortillas que amasaba su madre a las casas de los ricos, tuvo vistazos fugaces de ese mundo en televisores ajenos. Vio los imponentes edificios de Nueva York, las luces fulgurantes de Las Vegas, el castillo mágico de Disneylandia. Había una distancia abismal entre el brillo de esas imágenes y la casa de su infancia: una choza de dos habitaciones hecha con tablones de madera y techo de hojalata. El baño era un matorral afuera.
Lourdes ha decidido partir. Se marchará a los Estados Unidos y ganará dinero para mandar a casa. Será una ausencia de un año, aun menos si tiene suerte, y luego regresará a Honduras o enviará por sus hijos para que estén con ella. Es por ellos que se va, se dice a sí misma, pero igual se siente abrumada por la culpa.
Lourdes deberá separar a sus hijos. Nadie de su familia puede tomar a los dos juntos. Belky se quedará con la madre y las hermanas de Lourdes. Enrique se quedará con su padre, Luis, que lleva tres años separado de Lourdes.
De rodillas, Lourdes besa a Belky y la estrecha contra su pecho. Pero a Enrique no puede mirarlo. Él sólo recordará que ella le dijo: “No olvides ir a la iglesia esta tarde”.
Es el 29 de enero de 1989. Su mamá baja del portal.
Se aleja andando.
“¿Dónde está mi mami?”, pregunta Enrique llorando una y otra vez.
Su madre no regresa nunca, y el destino de Enrique queda sellado.